18/2/14

EARL GREY

Durante toda mi escolaridad, mi mamá me despertó para ir al colegio. Primero con chocolatada, después con mate cocido con leche y los últimos años con café. Todas las mañanas, 6 y media de la mañana había que llevarle la leche a la gorda mamerta.
Una mañana, mi mamá se fue antes o yo entraba mas tarde. No sé. El asunto es que me desperté sola y mi leche no estaba.
Me levanté lloriqueando preguntándole a mi hermana si sabía algo de mi desayuno. Cómo mi mamá se iba a ir así como asÍ?
Aclaro que yo tenía unos 16 o 17 años, una auténtica pelotuda.
Después de daR vueltas por la casa como un alma en pena, me encuentro con una taza de té en el baño. Yo no tomaba té.
Té frío, sin leche, sin azúcar. En el baño, repito. Entre sollozos y quejas agarré la taza y me tomé todo de un trago largo. Sin respirar, indignada porque mi mamá, no solo se había ido, sino que me había dejado una infusión que ni siquiera me gustaba.
El día pasó, todo me salió mal, seguramente, por no haber desayunado felíz; hasta que a la noche la agarré a mi mamá y le reproché, obviamente, la situación de abandono que sufrí.
Riéndose como una malvada sin corazón, me contestó “Tengo conjuntivitis. Era el té con el que me limpié los ojos”.

0 comentarios:

Publicar un comentario